domingo, 10 de marzo de 2019

Cuento "El principe rana" de los hemanos Grimm

Estimadas familias:

Buen día para todos/as, a continuación les copio el siguiente cuento clásico con el que trabajaremos con los chicos y las chicas.
Me parece interesante que ustedes lo lean para así poder compartirlo.

Saludos!

                                                El príncipe rana

En aquellos tiempos, por desgracia pasados, en que todo deseo se cumplía, vivía un rey cuyas hijas eran todas muy hermosas, pero la menor lo era de modo que el mismo Sol, que tanto bueno ha visto, se asombraba cada vez que iluminaba su rostro.
Cerca del castillo real había un bosque grande y sombrío, y en este, bajo un viejo tilo, un pozo. Cuando hacía mucho calor, iba la hija del rey al bosque y se sentaba a la orilla del pozo, y si quería divertirse, jugaba con una pelota de oro, la tiraba a lo alto y volvía a atajarla. Era el juego que más la distraía. Sucedió una vez que, al tirar en alto la bola de oro, no cayó en sus manos sino al suelo y rodó al agua. Siguió la princesa con los ojos, pero la bola desapareció y el pozo era tan hondo que no había esperanza de recobrarla. Entonces comenzó a llorar sin consuelo.
En esto oyó una voz que decía:
–¿Qué tienes, hija del rey, que lloras de un modo capaz de enternecer a una piedra?
Miró en derredor para ver de dónde salía la voz y vio una rana que sacaba del agua su asquerosa cabeza.
–¡Ah! ¿Eres tú, vieja rana? –le dijo–. Lloro por mi bola de oro que se me cayó en el pozo.
 –Cállate –contestó la rana–. Yo puedo ayudarte, pero ¿qué me das si saco tu juguete?
–Lo que quieras, querida rana –le dijo–. Mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas, hasta la corona de oro que llevo puesta, te la daré con gusto.
La rana contestó:
–No quiero tus vestidos, ni tus perlas, ni tus piedras preciosas, ni tu corona de oro; pero si quieres tenerme contigo como amiga y compañera en tus juegos, sentarme a tu mesa, darme de comer en tu plato de oro y acostarme en tu almohada, bajaré al pozo y subiré la bola de oro.
–¡Ah! –dijo ella–. Te prometo todo lo que quieras con tal de que me devuelvas la bola. Pero pensaba: “¡Qué cosas pide esta infeliz rana! Puede cantar en el agua entre sus iguales pero no puede ser compañera de ningún humano”.
La rana, cuando le prometió lo que pedía, hundió la cabeza en el agua, bajó al fondo del pozo y, poco después, apareció de nuevo llevando en la boca la bola de oro, que arrojó en la hierba.
La hija del rey, llena de alegría cuando vio su juguete, echó a correr con la bola en sus manos.
 –¡Espera, espera! –le gritó la rana–. ¡Llévame contigo; yo no puedo correr tanto como tú! Pero de nada le sirvió gritar porque la princesa no le hacía caso: corría a su casa y muy pronto olvidó a la pobre rana, que tuvo que volver a su pozo.
Al día siguiente, cuando la princesa estaba sentada a la mesa con su padre el rey y los cortesanos, oyó subir una cosa por la escalera de mármol del palacio.
El visitante que llegaba llamó a la puerta y exclamó:
–¡Hija menor del rey, ábreme!
Se levantó la princesa y quiso ver quién llamaba. Al abrir, vio a la rana. Cerró la puerta corriendo y volvió a la mesa con mucho miedo. Notando el rey la agitación de su hija, le dijo:
 –Hija mía, ¿qué tienes? ¿Hay en la puerta algún gigante que venga por ti? –¡Ah, no! –contestó–. No es ningún gigante, es una rana muy fea.
–¿Qué quiere de ti la rana?
 –¡Ay, amado padre! Cuando estaba ayer jugando en el bosque junto al pozo, se me cayó al agua mi bola de oro, como lloraba, la rana me la subió, después de haberme exigido que le ofreciese ser su compañera... Pero nunca creí que pudiera alejarse del agua. Ahora ha venido y quiere entrar en el palacio.
Entretanto, llamaba por segunda vez la rana, diciendo:
 –¡Hija menor del rey, ábreme! ¿Olvidaste lo que prometiste ayer, junto al pozo? ¡Hija menor del rey, ábreme!
Entonces el rey dijo:
–Lo que has prometido, debes cumplirlo. Ve y abre.
La princesa fue, abrió la puerta y entró la rana que acompañó a la joven hasta llegar a su silla. Se sentó en el suelo y dijo:
–¡Levántame!
La joven vaciló hasta que se lo mandó el rey.
La rana saltó de la silla a la mesa y dijo:
–Ahora acércame tu plato de oro para que comamos juntas.
 Hízolo enseguida la princesa, pero se notaba que a disgusto. La rana comió mucho, pero la joven no podía probar bocado.
Al fin dijo la rana:
–Estoy fatigada; llévame a la alcoba y prepara tu almohada de seda para que duerma a tu lado.
La hija del rey empezó a llorar, pero el rey dijo:
–No debes despreciar a la que te ayudó cuando la necesitabas.
Entonces la princesa la tomó con dos dedos, la llevó con ella y la dejó en un rincón.
En cuanto la princesa estuvo acostada, la rana se acercó saltando y le dijo:
–Estoy cansada. Quiero dormir cómodamente como tú, súbeme a tu almohada o se lo diré a tu padre.
La princesa se enojó, tomó a la rana y la arrojó sobre la almohada diciendo:
–¡Ahora descansarás, rana asquerosa!
Y tapándose el rostro con las manos, permaneció sollozando en un rincón del cuarto hasta quedarse dormida.
Por la mañana, al despertar, la princesa se sorprendió al ver de pie, junto a ella, a un apuesto príncipe.
–Una malvada hechicera me embrujó –explicó el príncipe–. me condenó a ser una rana y a vivir en el pozo hasta que una princesa me permitiera entrar en su casa, comer de su plato y dormir en su almohada.
La princesa se sintió avergonzada por lo grosera que había sido con la rana. Pero ella y el príncipe se casaron poco después y vivieron por siempre felices.

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